viernes, 19 de diciembre de 2008

La estrategia de la avestruz

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Me refugio en el entrevero de las páginas, tratando, como la avestruz, de meter la cabeza dentro de la tierra y dar por hecho que nada está pasando. Miro mis manos, recreo en mi mente los momentos de dulce agonía en los que mi espíritu se revolcaba en la maravillosa conjetura de que los besos son para siempre.
Miro mis manos, están vacías, la piel que las cubre empieza a envejecer ante la ausencia de otras que se niegan a estar...

Los ojos duelen de tanto pensar,
ahogados en lágrimas secas
y engrupidos en el craneo visible,
sufren en silencio las imáganes que no están.

Todo se torna dificil y quisiera llorar
tomar las manos ausentes y arrojaralas al mar
subir por esos brazos y enredase entre sus pelos
besar los labios secos y dejarla de amar.

Los ojos duelen de tanto pensar,
la selva me invade, me canta, me baila
y un monton de lucesitas,
apostadas en el firmamento,
escribiendo poemas viejos me invitan a matar.

El pop de tu música empieza a estallarme en los oídos. Lo encuentro vacío, mudo y a la vez sordo. Es un estupido ciego que no me deja de mirar. Yo quisiera golpearlo, echarlo a patadas de mi mundo y dejarlo amarrado en un paraje lejano, como los de las películas... Sí, que se lo coman los chulos, que sirva de carroña y se vista de banquete, que las aves encuentren en su cuerpo roñoso el elixir de su felicidad.

Se me ocurre que el ciego que me observa sea el que me saque a golpes de mi mundo. Se me ocurre que sus manos asquerosas desgarren mis ropas baratas y mutilen horrorosamente mi cuerpo. Se me ocurre ser carroña. Morir desangrado.

—Lo sé, necesito una cerveza, ¿me la invitas? —se que tendré que pagar la cuenta—
—Estoy ocupada.
—¿Un Whisky?
—Yo no tomo.
—Pero yo si.
—¿Desde cuándo tan alcohólico?
—Desde que tus palabras dejaron de mirarme.
—Debo irme.
—Lo sé.

jueves, 11 de diciembre de 2008

En la mala

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La premisa surge de la orfandad a la que se han visto sometidas mis manos. Dejo que el cielo llore mientras trato de imaginarme pajarracos de colores revoloteando por todas partes. Los imagino con trajecitos minúsculos, bordados en croché, cantando lamentos de Alice Cooper.

—¿Hay fiebre?

—No señor, no la hay.

—No hay calidez en mi cuerpo porque sus ojos se reusan a mirarme.

—Debe mantener la calma señor.

—No soy señor, ¿acaso le parezco muy viejo?

—Disculpeme señor, no quice ofenderlo.

—No me ofende, disculpeme a mi. Todo es por ella.

—¿Por quién?

—Por ella.

—Entiendo.

—¿Quiere que le cuente la historia?

—No es necesario señor.

—Está bien. Supongo que usted debe sabérsela de memoria.

—¿Por qué lo dice?

—Usted es mujer.

—Está generalizando.

—No lo hago, solo pronuncio palabras que usted responde.

—Mejor lo dejo solo.

—Hace bien. Ese es el mismo final que ella le dio a mi historia.

—¿Cuál final?

—"Mejor lo dejo solo", eso debió pensar cuando se fue.

—¿Por qué se fue?

—Por amor.

—¿A otro hombre?

—No lo creo.

—¿Entonces?

—Se fue detrás del amor que no encontró en mi.
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—Entiendo.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La crisis y el llanto de José

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Esta mañana el sol se encaramó en mi ventana y me anduvo con cuentos de mujeres bellas, de esas que escriben, que cantan en silencio mientras el agua de la ducha se desliza por sus cuerpos...

Reflexiono como todos los días sobre el valor del arte, cuando el mundo insiste en entrar en pánico por cuenta de la crisis financiera. Se anuncian despidos masivos, recortes presupuestales y una reducción en las metas de ventas de las grandes multinacionales.

Ví en las noticias, que la japonesa Sony anunció un recorte de 8 mil personas, las cuales representan el 4% de su nómina a nivel mundial. Vuelvo a reflexionar y me ocupo de uno de esos 8 mil seres humanos.

Supongo que uno de ellos se llama José. Supongo que José tiene una familia y que acaba de contraer matrimonio con la que él piensa que es la mujer de su vida. Supongo que José, pensaba irse de vacaciones con su esposa a la playa. Supongo que José quería comprale un vestido. Comprarse unos libros, una silla masajeadora y esa consola de videojuegos que siempre quizo desde niño.

Supongo que al presidente de la Sony, no le importa que a José se le acabe el matrimonio, ni que esos libros pierdan un buen lector. Supongo que al presidente de la Sony no le importa que la esposa de José no conozca el mar.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Me gusta... me gusta

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Este no es un elogio a la canción silvestrista, esa que anda de goma en la radio colombiana. Es una entrega personalizada de sentimientos lejanos. Por estos días recordé un ejercicio de creación artística que alguna vez tuve que afrontar. Era necesario componer un escrito, a manera de soliloquio, en el que se expresara lo que me gusta. Va el resultado:

ME GUSTA

El olor a mujer joven recién bañada; las manos delgadas, suaves y de uñas largas; la amalgama resultante de la unión de la mantequilla y la mermelada de fresa; el pan enriquecido con queso y el chocolate que prepara la abuela; Las mañanas pintadas de azul Caribe y las tardes cubiertas de verde andino. Las uvas recubiertas con chocolate bailando entre mi boca. Los libros extensos de capítulos cortos; la viscosidad de las descripciones sensoriales de Lovecraft y los melancólicos gritos de Baudelaire; Los universos de Tim Burton en las noches de domingo y las tardes de sábado con acelerado ritmo de Oliver Stone; El elixir multicolor del mar de San Andrés, la mirada cómplice y la mano amiga en Barraquilla, el jugo de mandarina en las calles de Cartagena, el aroma de las montañas de Medellín y la irreverente agonía de las tardes bogotanas.

Es obvio que lo anterior no tiene gran valor literario, pero tal vez mucho significado sentimental referente a la época en que lo escribí. Sabiendo que son pocos los ojos que se deslizan por estas líneas quice compartirlo, pues sus palabras han cultivado cariño para con ustedes (cada quien sabe quien es).

Pd. El agradecimiento para Doctora (rosametal), Psiqueann, Pepa e Iván Andrade.