Cuando era niño, por allá en los finales de los 80, el tiempo libre lo descifrábamos, por lo menos unos cuantos y yo, jugando fútbol, viendo televisión (El tesoro del saber, los Pitufos, ThuderCats, Transformers, El Chavo, La Abeja Maya, La Casa Voladora, Tom Sawyer, Don Chinche, Romeo y Buseta, Amar y Vivir, Sábados Felices, etc.) y tratando de sortear los abismos y bolas de fuego que ofrecía el fantástico mundo bidimensional de Súper Mario Bross II, comiendo con gula un número impronunciable de galletas en PacMan, golpeando con destreza extraños combatientes de movimientos repetitivos en Street Fighter y ayudando a unas ranas pixeladas a atravesar una calle cuyo tráfico interminable me llevó al hastío.
Aparte de estas entretenidas cuestiones, tuve siempre una especial fascinación por escribir, más no por leer. Confieso que me producía una ‘mamera infinita’ —locha se decía en mi época infantil—.
Dos o tres veces logré entregarme a la lectura. Llegué a la mitad de la ‘Isla del Tesoro’ de Stevenson, me leí satisfactoriamente ‘Momo’ de Michael Ende y ‘Juan Salvador Gaviota’ de Richard Barch, entre otros títulos que ya no recuerdo.
Luego vinieron las tediosas lecturas que se imponen en el Colegio, tal vez las hice, pero no logro tenerlas presentes en mi memoria. Creo que nunca tuve un estímulo directo para amar los libros, todo me llegó en la adolescencia, casi en la juventud.
Hoy en día, retomo algunos de esos libros a los que fui obligado en el colegio y que me parecieron indigeribles y ahora los encuentro absolutamente deliciosos.
Pienso que si hubiese tenido la oportunidad de abordar los libros desde una perspectiva diferente, mejor aún, abordar libros acordes con mi edad, mi presente sería, tal vez, mucho mejor.
No intento teorizar sobre procesos de aprendizaje infantil, sólo pienso que hubiese sido muy bueno haber tenido en mi aglomerado armario de juguetes, unos cuantos libros, unos que me contaran sobre las aventuras de un caballero de armadura blanca, quien se internaba en el bosque a rescatar a una hermosa princesa de ojos azules; que me hablaran sobre duendes que escondían tesoros en la corteza de un viejo árbol; sobre un reino en el que las casas eran de galleta y los ríos de chocolate...
Aparte de estas entretenidas cuestiones, tuve siempre una especial fascinación por escribir, más no por leer. Confieso que me producía una ‘mamera infinita’ —locha se decía en mi época infantil—.
Dos o tres veces logré entregarme a la lectura. Llegué a la mitad de la ‘Isla del Tesoro’ de Stevenson, me leí satisfactoriamente ‘Momo’ de Michael Ende y ‘Juan Salvador Gaviota’ de Richard Barch, entre otros títulos que ya no recuerdo.
Luego vinieron las tediosas lecturas que se imponen en el Colegio, tal vez las hice, pero no logro tenerlas presentes en mi memoria. Creo que nunca tuve un estímulo directo para amar los libros, todo me llegó en la adolescencia, casi en la juventud.
Hoy en día, retomo algunos de esos libros a los que fui obligado en el colegio y que me parecieron indigeribles y ahora los encuentro absolutamente deliciosos.
Pienso que si hubiese tenido la oportunidad de abordar los libros desde una perspectiva diferente, mejor aún, abordar libros acordes con mi edad, mi presente sería, tal vez, mucho mejor.
No intento teorizar sobre procesos de aprendizaje infantil, sólo pienso que hubiese sido muy bueno haber tenido en mi aglomerado armario de juguetes, unos cuantos libros, unos que me contaran sobre las aventuras de un caballero de armadura blanca, quien se internaba en el bosque a rescatar a una hermosa princesa de ojos azules; que me hablaran sobre duendes que escondían tesoros en la corteza de un viejo árbol; sobre un reino en el que las casas eran de galleta y los ríos de chocolate...
No estoy menospreciando el nivel intelectual de los niños, menosprecio el mío, y reclamo haber sido obligado a leer ‘El Viejo y el Mar’ y el 'Popol Vuh', en vez de ‘Las Aventuras de Tom Sawyer’ y 'Zoro' del amigo Jairo Anibal.
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¿A que viene mi interés de referirme a esto? La respuesta es simple y lapidaria: me encontré por casualidad con un evento y deduje con tristeza que su noble causa ha pasado totalmente inadvertida por los medios de comunicación.
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Por estos días se está celebrando en Colombia el II Festival del Libro Infantil, con una extensa programación que vincula actividades en 28 ciudades del país. Esta gran fiesta literaria se cumple desde el pasado 25 de octubre (día del cumple de Pepa) hasta el próximo 2 de noviembre. ver info
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No me extenderé más en este asunto, solo advierto que este año, haré que el Niño Dios llegue cargado de libros a las casas de algunos conocidos y eso está muy bueno, por lo menos para mi.
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Nota: Si hay un niño o niña en tu casa o en tu familia, considera en esta Navidad obsequiarle un libro.