miércoles, 25 de marzo de 2009

¡Muertecita y silenciosa quedó!

El personaje enmascarado estaba indignado. No podía creer que la dama a la que había dedicado su pensamiento, sus cartas, versos y entradas de blog, tuviera la osadía de plantar sus palabras en el olvido, más aún, cuando él había disfrutado del sexo con las más hermosas damas del reino.
Aburrido de sus desplantes, se propuso olvidarse de la ingrata, pero no lo logró. Mientras ella seguía inmiscuida en sus propios asuntos, él empezaba a transformar su mundo en un cuaderno de apuntes en el que consignaba todas las cosas que quería decirle en la cara. Enviárselas había perdido todo sentido, teniendo en cuenta que ella, ni cuenta se daba de su amor, fue por eso que decidió publicarlo en este blog.

La dama de sus amores, era una joven baja de estatura, rolliza y sin cintura. De senos pequeños y piernas cortas. La dama de cabellos rizos, alisados con vapor, lucía engreída, distante y silenciosa. (¡Faltaba más!)

—La culpa es suya, ¡güevón! —le dijo el amigo castor— quien le manda enamorarse de quien nunca ha recibido amor.

Su amigo tenía razón, pero en los sentimientos que se engendran en el pecho, él nunca ha tenido el control.

—¿Usted le ha visto los cachetes? —preguntó la grulla y sonriendo agregó— se parece a la marrana que en año nuevo de banquete nos sirvió. (a quien le caiga el guante, que se lo chanté —pensó)

Su amiga también tenía razón, el personaje enmascarado había perdido el tiempo al fijarse en semejante esperpento y no por ser fea, ni falta de gracia, sino por ser una presumida, que jamás al espejo se miró.

—Le escribes y ni cuenta se da —interrumpió el alce— ¿cuantas cartas le has enviado y ni una palabra te ha dedicado?

(¡Todos tenían razón!) Ella creía que el personaje usa una máscara para esconder su rostro, por feo o deforme o viejo, pero nada de eso, la usaba para poder expresar lo que sentía y pensaba, sin temor al escarnio público, pero eso ella jamás lo entendió.

Un día, un grandioso día, el personaje enmascarado vio a su bella dama caminando solitaria por la calle. Emocionado, se quitó la máscara y sin revelar su identidad, le sugirió acompañarla. El tipo era bastante apuesto y ella, encantada, aceptó su compañía.

Hablaron, bebieron y hasta rock escucharon. Terminada la velada, el personaje sin máscara a su habitación la llevó. La desnudó y cuando la tenía dispuesta para el amor, le dio la vuelta, y sus buenas nalgadas, le chantó.
Con la cola enrojecida, la damita se quejó. Y el tipo, muerto de risa, le plantó un beso, se puso la máscara, y sin mayor remilgo, la tomó por el cuello y colorín colorado, la gordita se murió.